Monreal y la fábula de la Rana y el Alacrán

Por Mario A. Medina

Interesante, en estos tiempos, resulta revisar las sucesiones a la Presidencia de la República. Echarles un ojo a esas historias siempre es ilustrativo. La sucesión del poder representa alianzas entre propios, pero también con aquellos que se suponía eran adversarios, desde luego, rompimientos.

Seguramente lo mismo sucedía cuando algún emperador Azteca tenía que decidirse por quién lo habría de suceder en el trono. La historia del mundo está llena de estas historias.

Cuando el general lázaro Cárdenas se decidió por quien sería su sucesor, Manuel Ávila Camacho, una sorpresa fue el que no se haya sido uno de los militares más cercanos a él, el general Francisco J. Mújica o Juan Andrew Almazán. Su decisión fue a favor de Manuel Ávila Camacho.

Éste se decidió por Miguel Alemán Valdés por encima de quien era su excelente Secretario de Relaciones Exteriores, Ezequiel Padilla quien rompió con el PRI y luego enfrentó al candidato del tricolor, Miguel Alemán. 

Alemán se decantó por su paisano, el veracruzano Adolfo Ruiz Cortines. Miguel Henriquez Guzmán, quien era parte del gabinete alemanista, desde muy temprano, había expresado sus intenciones de ser el candidato presidencial por el partido oficial. Al no ser favorecido, Heniquez buscó la Presidencia por la Federación de Partidos del Pueblo Mexicano (FPPM). Desde luego, perdió. Denunció fraude electoral.

Cercana la elección para suceder a Ruiz Cortines, entre los “tiradores” que se mencionaban estaban Gilberto Flores Muñoz, Ignacio Morones Prieto y Ángel Carbajal. La “opinión pública” hablaba de que, entre estos tres, estaría el “bueno”. Fue en aquel momento cuando surgió, se asegura, “el juego del “tapado”. Ruiz Cortines había jugueteado con los tres que eran mencionados y manos ciados. Mantuvo oculto a su preferido: Adolfo López Mateos. Tal decisión causó enojo y rompimientos de quienes se sentían sentados en la Silla Presidencial.

López Mateos dejó “su lugar” a Gustavo Díaz Ordaz cuando muchos veían que el sucesor debía ser Antonio Ortiz Mena, aquel Secretario de Hacienda que había fincado mejores condiciones de vida para los trabajadores del campo, de la ciudad, y el crecimiento de las clases medias. Fue lo que se conoció como “Desarrollo Estabilizador”.

Diaz Ordaz dejó como su sucesor a Luis Echeverría quien se decía tenía entre sus contrincantes al interior del PRI por la sucesión a Alfonso Martínez Domínguez, Alfonso Corona del Rosal, y de manera particular a quien había sido el dirigente nacional del PRI, el tabasqueño, Carlos Alberto Madrazo. 

Echeverría palomeó a José López Portillo quien fue el candidato solitario en boleta electoral. En aquellos tiempos los otros que se mencionaban, por atributos personales o por promociones chayoteras, eran Hugo Cervantes del Río, secretario de la Presidencia; Augusto Gómez Villanueva, de la Reforma Agraria; Porfirio Muñoz Ledo, del Trabajo; Luis Enrique Bracamontes, de Obras Públicas; Carlos Gálvez Betancourt, director del Seguro Social y Mario Moya Palencia, de Gobernación. Al final Echeverría se decidió por quien había sido su alumno y gran amigo de la juventud: Miguel de la Madrid Hurtado.

La gran crisis sucesoria ocurrió en 1988 cuando un grupo de priístas reclamaron la democratización de la elección del candidato de ese partido. Cuauhtémoc Cárdenas, Porfirio Muñoz Ledo e Ifigenia Martínez, y muchos, más formaron la Corriente Democrática del PRI, generando un sisma político al interior del tricolor. La historia ya se conoce, como las historias sucesorias subsiguientes. 

Hoy en tiempos de la 4T, el Presidente Andrés Manuel López Obrador ha adelantado la sucesión. Ha dejado ver que son dos sus candidatos, sus “preferidos” a sucederlo. Claudia Sheinbaum y Marcelo Ebrard, los dos le han mostrado lealtad. 

El tercero en discordia se llama Ricardo Monreal, quien presume haber acompañado la lucha, del tabasqueño por cerca de 25 años, de ser su seguidor, su amigo, casi su fan, pero que sabe, no estará en la boleta de Andrés Manuel, y por ello, solito ya se destapó. 

Monreal presume también que forma parte de la Cuarta Transformación, que por la 4T ha hecho mucho desde el Senado.  Se dice merecedor para ser el candidato presidencial. Tiene méritos, desde luego, pero su pasado priísta lo condena. 

Seguramente López Obrador en la soledad de Palacio Nacional, como sus antecesores, se ha imaginado qué pasará si se decide, por una, por otro, o por el otro, y cuando le toca el turno a Monreal recuerda la “traición” del zacatecano en la Cuauhtémoc, y es cuando le viene a la cabeza aquella fábula de la rana y el alacrán.   

Desde luego que Monreal quiere estar en la boleta electoral del 2024, y creo que va a estar allí, pero no por Morena. Él sabe que este no es el momento para romper con este partido y mucho menos con el Presidente, aunque en los hechos ha generado diversas circunstancias que sabía perfectamente, iban a generar una gran molestia a López Obrador.

Ha dicho que no se va a pelear con el “Señor Presidente”. Sabe perfectamente que éste no es el momento del pleito directo, del enfrentamiento, aunque en varios instantes ha provocado diversos escarceos con Andrés Manuel y con muchos morenistas. 

El de ahora, no es el momento para la guerra total, pero sí para mandarles mensajes de confianza a quienes hoy son sus virtuales opositores, es decir, panistas, priístas, emecistas y perredistas, y de manera particular, a los “dueños” del dinero, quienes no se quieren imaginar seis años más de un régimen de la 4T, y es que esta “oposición opaca” no tiene un líder, un personaje que los represente, y es que Monreal se oferta, que puede ser él su abanderado. No tiene ningún problema que lo acusen, incluso, de ser candidato de “Sí, por México” o de Movimiento Ciudadano o de todos juntos.   

Ricardo Monreal, a todas luces es un político muy inteligente, demasiado corrido, perfecto conocedor del sistema político. Es astuto, audaz, calculador. También es claro que desde un principio sabía que no tenía posibilidades de ser el “tapado”, el “bueno”, y que poco a poco tenía que ir preparando su partida, pero al adelantarse el juego de la sucesión presidencial, se vio obligado a poner en práctica su hoja de ruta.

El principio de la hoja dice que la primera tarea era ganar canicas y las empezó a juntar en el Senado, donde desde luego no todos están en su bolsa. Algunas son “agüitas”, otras “tréboles” y tal vez una o dos son “ponches”, varias se ven cascadas. 

En esa bolsita, se dice, están las y los senadores morenistas Alejandro Armenta, Eduardo Ramírez, Maribel Villegas, Armando Guadiana, Soledad Luévano, César Eli Cervantes, Rocío Abreu, pero también, desde luego, su amigo Dante Delgado Rannauro y otros como Miguel Ángel Mancera, y varios del PAN.

Ricardo Monreal ha declarado que no tiene ninguna confrontación con el Presidente, y que no hacerlo, fue su mejor decisión. Sí, en este momento no, pero es claro que por allá del 2024 tengamos que recordar la fábula que se dice es de origen desconocido, otros se la atribuyen a Esopo. La de ese momento, tal vez se la atribuyamos al Senador “Maravilla”.  

Que no le cuenten…

Una tarea del periodismo es la denuncia. Señalar las mal obras, las corruptelas. Que bueno que se denuncien. Seguimos viendo noticieros que con insistencia atroz, con dedo flamígero le dedican casi todo el tiempo del informativo a acusar, a mostrar las “enormes, enormes” colas de posibles contagiados por Ómicron, pero no son capaces (tramposos) de informar un simple boletín de la OMS y de la OPS que señala que a nivel mundial hay escasez de pruebas Covid.