Silvano olvidó llevar el banquito a Ciudad Juárez

Por Nacho Ramírez

Seguramente el último recuerdo que tienen los michoacanos de Silvano Aureoles Conejo es sentado en un banquito abrazado de unos folders afuera de Palacio Nacional.

Aun siendo gobernador de Michoacán, el perredista acudió a Palacio Nacional con la pretensión de solicitar audiencia con el presidente Andrés Manuel López Obrador. El gobernador buscó entregarle “en propia mano” supuestas evidencias de que Morena había ganó las elecciones del 6 de junio con apoyo del narcotráfico.

Durante la conferencia de prensa cuando le preguntaron al presidente sobre la presencia del michoacano afuera, AMLO dijo a los reporteros que el gobernador quería aprovechar que ellos, los comunicadores, estaban ahí porque la “mañanera no es poca cosa”.

“Todo lo que aquí ocurre es información y noticia, pero no es el lugar. No puedo estar aquí recibiendo a personas para atender cuestiones electorales o acusaciones de tinte político-electoral, no me corresponde eso, hay que cuidar y respetar la investidura presidencial”, explicó.

Por supuesto López Obrador lo “batió”, y Silvano se quedó sentado en su banquito dejándose retratar por los fotógrafos, poniendo cara de “niño bueno”, de “no rompe un plato”. Recuerdo que algunos amigos de Michoacán y hasta una diputada local por el PRD me platicaron las reacciones de la gente en el estado –por cierto- coincidieron: “fue el hazme reír”.

Este domingo, a través de sus redes sociales, Silvano volvió aparecer, pero esta vez afuera de la Estancia Provisional de CD Juárez del INM donde murieron 39 personas migrantes. Mediante un video dice que dará seguimiento a lo que él llama “asesinato en una cárcel clandestina” y señala que el gobierno debe hacerse cargo de los hechos.

El cinismo de Aureoles Conejo es tan grande como su ego personal. Su acción es oportunista y demagógica. Ahora resulta que es defensor de los derechos humanos de migrantes extranjeros cuando no lo hizo en favor de sus paisanos michoacanos. Bueno, sí, a través de boletines.
Recién inició su gobierno en 2015, se reunió un grupo de michoacanos en California, a quienes, según un boletín de prensa, el gobernador “los escuchó”. Después no se supo que Silvano diera la cara por sus paisanos allá. No alzaba la voz en su favor, no se volvió a reunir con ellos.

Durante su gobierno, Michoacán vivió un Estado de excepción, miles de personas huyeron de la violencia, secuestros, violaciones de mujeres. La impunidad era quien gobernaba, y él, Silvano, “no hace nada”, fue el reclamo de la ciudadanía.

La revista proceso publicó a finales de diciembre pasado que “la ferozmente combatida en el sexenio de Felipe Calderón, La Familia Michoacana, “jamás se extinguió”, y que la supervivencia del grupo criminal fue posible mediante acuerdos criminales entre autoridades estatales y funcionarios en turno”, es decir, durante la administración Silvano Aureoles Conejo”. Son muchos los que lo han acusado de haber encabezado un narco gobierno.

El ahora, “aspirante presidencial” como lo identifican algunos medios de comunicación, nunca dio un verdadero seguimiento a la difícil situación que viven sus paisanos migrantes en Estados Unidos, y ahora presume que dará seguimiento “ante otras instancias” de lo ocurrido a los migrantes en Ciudad Juárez.

¿Qué pretende Silvano Aureoles Conejo? Dice que dará seguimiento. Seguramente lo hará a partir de boletinazos, de videograbaciones, porque en el fondo, lo que realmente busca es limpiar su deteriorada imagen con sus paisanos que viven en EU, y buscar afirmar que es impoluto, que no tiene nada que ver con su familia michoacana.

No se le pudo ver solidarizándose con los migrantes en Ciudad Juárez que buscan pasar a los EU; no se le vio repartiendo, agua, comida, ropa; no ha compartido que está cerca de ellos conviviendo. No, para nada. Lo exquisito no se le quita

Igual como buscó tener a Palacio Nacional como escenario, ahora pretende usar la estancia provisional de Ciudad Juárez para erigirse como un defensor de derechos humanos, puro cuento. Lástima que no se llevó su banquito a la ciudad fronteriza, porque tendrá que esperar mucho tiempo para que alguien le crea algo su “humildad” o de su “amor” por los migrantes extranjeros. Si a los suyos no los atendió, sólo los usó.